Artículo escrito por Tomás G. Escajadillo – Diario La
Primera
Hace 50 años
se publicó en forma de librito independiente el mejor cuento del gran José
María Arguedas: “La agonía de ‘Rasu-Ñiti’”.
Este relato inició una nueva colección de La Rama
Florida, cuyo director es reconocido como el gran impulsor de los poetas de la
llamada “Generación del 60”, el poeta Javier Sologuren. ¿Pero qué hacía don
José María inaugurando una nueva colección de su editorial, con el título de
“Camino del Hombre” (repertorio dirigido por Abelardo Oquendo), pues nació en
1911 y la mayoría de los habitantes de La Rama Florida fueron frutos aparecidos
entre 1939 y 1942 (en su gran mayoría)?
Intento una explicación. Arguedas, por mucho que
quisiera fingir ser un creador un poco ingenuo, sabía que la vida no le daría
ni tiempo ni tranquilidad para escribir un libro de cuentos que estuviera a la
altura de “La agonía de ‘Rasu-Ñiti’”.
Entonces, con gran alegría, su amigo Javier
Sologuren creó dentro de La Rama Florida una colección para el autor de “Los
ríos profundos”, colección que por desgracia solo llegó a las 3 entregas.
José María Arguedas solo escribió dos libros
orgánicos de cuentos: “Agua” (1935) y “Amor Mundo” (1967); quiero decir dos
libros “orgánicos” de cuentos.
“Agua”, su “ópera prima”, es imposible que produzca
una “obra maestra”; sin embargo, para muchos lectores “Warma Kuyay” lo es; en
todo caso, es un texto que nos acompaña a todos continuamente. Es, además, un
cuento que está escrito –como tantas veces lo dijo José María– en un estado de
“total inocencia”, con una ausencia absoluta de formación literaria o técnicas
alusivas a la composición del género cuento.
Este último punto fue objeto de un debate
(hipotético, implícito, amable e irónico) entre José María y Sebastián Salazar
Bondy/José Miguel Oviedo, ante las afirmaciones obviamente provocadoras del
propio Arguedas en el marco del Primer Encuentro de Narradores peruanos, quien
dijo: “Mis relatos no tienen técnicas”.
Esto sucedía en Arequipa, en 1965, y quien hacía
estas declaraciones obviamente “animus jocandi” había escrito en 1962 “La
agonía de ‘Rasu-Ñiti’”, relato maravilloso por sus cuatro costados, inclusive
por su costado técnico.
No hay la menor duda de que es el relato más
logrado del gran José María Arguedas (vale más que aquellos que se precian de
haber publicado ya más de seis o siete novelas en editoriales españolas aunque,
con la crisis actual, quizás no estén recibiendo puntualmente sus derechos de
autor).
Finalmente, tenemos que enfatizar que sí decimos
que este relato, cuya relectura siempre nos es gratificante, al ser un relato
de JMA, tiene que ser una cumbre del cuento latinoamericano del siglo XX.
Hagamos una breve alusión a “Amor mundo”, de 1967.
Este libro se escribe por recomendación siquiátrica para exorcizar
demonios/sensuales/eróticos/sexuales por lo cual era esperable que resultara un
libro menor.
Fuera de ello, JMA solo publicó seis cuentos
“sueltos” entre 1939 y 1942, y, como llevamos dicho, el mejor de ellos, sin la
menor duda, es “La agonía de ‘Rasu-Ñiti’”.
CUENTO CONTESTATARIO
El relato “La agonía de ‘Rasu Ñiti’” nos cuenta
cómo el dansak’ despierta un día con la convicción de que es el último día de
su vida y se prepara para dejarla. Su mujer y sus hijas aún no ven al espíritu
que guiará los pasos del dansak’ hacia el encuentro con su Dios. Sin embargo,
la esposa intuye lo que va a pasar mucho antes que sus hijas.
Por su lado, la convicción de ‘Rasu-Ñiti’ es
tajante: “¡Estoy listo!”, “El corazón está listo”, “El mundo avisa”.
Progresivamente, sin saber cómo, van llegando algunos
pobladores.
La esposa de ‘Rasu-Ñiti’ puede ver luego al Wamani
(dios montaña que se presenta en figura de cóndor) en la cabeza del dansak’;
informa a la mayor de sus hijas que está “sentado sobre la cabeza de tu padre”,
a quien la muerte le hace oír todo: “Lo que tú has padecido; lo que has
bailado; lo que más vas a sufrir”.
Hemos entrado a la fase social, contestataria,
denunciatoria de la literatura andina, pues a continuación la hija mayor
pregunta a su madre si el dansak’ escucha el galope del caballo del patrón, y
la respuesta del mismo dansak’ se da en estos términos:
“–Sí oye –contestó el bailarín a pesar de que la
muchacha había pronunciado la palabra en voz bajísima. ¡Sí oye! También lo que
las patas de ese caballo han matado. La porquería que ha salpicado sobre ti.
Oye también el crecimiento de nuestro dios que va a tragar los ojos de ese
caballo. Del patrón no. ¡Sin el caballo, él es solo excremento de borrego!”.
Así como la cita revela la tensión que produce el
amo sobre una de las hijas del dansak’, así hay otras lecturas paralelas de
este extraordinario relato. Una de ellas muestra la continua preocupación e
interés del antropólogo y musicólogo JMA por la danza y la Música del Ande del
Perú contemporáneo. Podemos verla también por el lado de la importancia que
tiene la Música y el baile sobre el habitante andino, sobre el cual el
científico social Arguedas ha escrito muchísimos trabajos.
MAESTRO-ALUMNO
Desde otro ángulo de enfoque, “La agonía de
‘Rasu-Ñiti’” es otra muestra de la fábula universal del maestro/discípulo, pues
uno de los personajes que llega a presenciar la agonía de Rasu-Ñiti es su
discípulo “Atok’ sayku”.
Sin la presencia de su alumno, está implícito,
Rasu-Ñiti no podía morir, por lo menos ese día. Nadie observa con más atención
el mágico teatral y al mismo tiempo natural proceso por el cual las distintas
partes del cuerpo del dansak’ van inmovilizándose. El discípulo contempla con
mucha tensión la muerte de su maestro y mentor. Al mismo tiempo hay un proceso
dialéctico por el cual las personas que podían ver el misterio y la magia del
lapso de la muerte de ‘Rasu-Ñiti’ no pueden acompañar las últimas etapas del
mismo. Por ejemplo, cuando el discípulo anuncia: “–El Wamani aletea sobre su
frente”. Otros no ven el mismo fenómeno: “–Ya nadie más que él lo mira –dijo
entre sí la esposa–. Yo ya no lo veo.”
Y el proceso sigue: “–El Wamani está ya sobre el
corazón –exclamó ‘Atok’ sayku’ mirando.”
Hay conmoción entre los músicos, las hijas y el
público.
Por último, llega el fin de la agonía, “Rasu-Ñiti”
cerró los ojos. Su cuerpo se veía grande. La montera le alumbraba con sus
espejos. Entonces, como un poseído, ‘Atok’ sayku’ baila las danzas más
difíciles y alocadas de su maestro como aquellos “con que empezaban las
competencias de los dansak’ a la media noche”.
“Rasu-Ñiti” ha muerto, “Rasu–Ñiti” ha nacido.
“–¡El Wamani aquí! ¡En mi cabeza! ¡En mi pecho,
aleteando! –dijo el nuevo dansak’./ Nadie se movió.
El músico más experimentado, “Lurucha”, “inventó
los ritmos más intrincados, los más solemnes y vivos. ‘Atok’ sayku’ los seguía,
se elevaban sus piernas, sus brazos, su pañuelo, sus espejos, su montera, todo
en su sitio. Y nadie volaba como ese joven dansak’; dansak’ nacido.”
Y el texto termina con una enfática y misteriosa
afirmación: “–Por dansak’ el ojo de nadie llora. Wamani es Wamani.”
EL WAMANI POSEE AL NUEVO DANSAK’
Hay quienes quisieran ver a “Rasu-Ñiti” como un
personaje exclusivamente folclórico o “mágico”. Les desagrada que se pueda
tener el carácter social o “contestatario” que hemos aludido líneas atrás. Es
el caso de nuestro doble cara Premio Nobel, quien considera que Ernesto es un
personaje que anda en las nubes, fuera de la realidad, y por ello recrimina a
Rowe –un muy serio estudioso de Arguedas– por señalar que Ernesto, el
protagonista de “Los ríos profundos”, toma partido por el bando de las
populares y desafiantes chicheras y se adhiere a los paupérrimos y humillados
colonos de la hacienda Patibamba que rodea la ciudad de Abancay,
conscientemente.
A este respecto, vale reflexionar que 1962, año de
la composición de “La agonía de ‘Rasu-Ñiti’”, es una fecha muy cercana a la
redacción de “Todas las sangres”, cuyo cosmos combativo ha causado conmoción a
los espíritus delicados de siempre que prefieren a un Arguedas circunscrito al
“realismo mágico”, al “realismo maravilloso” que norma (pero en forma
exclusiva, como acabamos de manifestar) textos líricos como “Los ríos
profundos”.
Qué duda cabe que la “naturalidad” de excelentes
cuentos iniciales como “Warma Kuyay” ya no existe con este relato publicado
cuando Arguedas tiene más de 50 años, repárese en el complejo contrapunto entre
los que pueden “ver” y los que no pueden “ver” al Wamani protector de
“Rasu-Ñiti” que tiene forma de cóndor. Véase la progresión conforme el dansak’
se acerca a la muerte: cómo los que “ven” comienzan a dejar de “ver” posiciones
cada vez más considerables del bailarín y su dios tutelar hasta que solo el
discípulo es capaz de verlo todo y comprobar que el gran “Rasu-Ñiti” ha muerto.
Fíjese cómo los músicos paulatinamente dejan de ver
y comprender el proceso de la muerte hasta que solo el arpista “Lurucha” se
convence de que el espíritu del cuerpo de “Rasu-Ñiti” ha pasado de cuerpo y de
alma a la persona de su discípulo “Atok’ sayku” al comprobar que ese es capaz
de bailar al son de las tonadas más difíciles y misteriosas de su repertorio,
algo que solo “Rasu-Ñiti” podría haberlo hecho. Solo así quedaría convencido de
que el gran dansak’ efectivamente ha muerto.
A nuestra manera de ver, “Rasu-Ñiti” no puede morir
completamente hasta que su discípulo no haya “heredado” todas sus habilidades
como bailarín. Arguedas sabe que esta transición tiene que realizarse de una manera
casi disimulada con un tono de perfil bajo. Es el violinista –su compañero de
años y de centenares de fiestas y celebraciones- quien le “toma el examen” a
“Atok’ sayku” y recién al final del mismo puede afirmar que su gran amigo el
dansak’ “Rasu-Ñiti” ha muerto.
Este personaje importante del cuento (recordemos
que “Todas las sangres” fue dedicado al gran charanguista Jaime Guardia), este
arpista que es el amigo más antiguo que tuvo en su vida “Rasu-Ñiti”, no solo es
quien certifica la muerte de “Rasu-Ñiti”, no solo es quien legitima también que
el espíritu del gran dansak’ ha pasado a los “huesos fidedignos” de “Atok’
sayku”, sino que al terminar tiene una actitud misteriosa y polivalente al
acercarse a la hija menor de “Rasu-Ñiti”, posiblemente pensando en el nuevo
dansak’ cuya certificación acaba de realizar, y decir exaltado “como si hubiera
tomado una gran cantidad de cañazo”: “–¡Cóndor necesita paloma! ¡Paloma, pues,
necesita cóndor! ¡Dansak’ no muere!”.
Para decirlo claramente y sin medias tintas, así
como José María Arguedas se dan a lo sumo dos por siglo, relatos andinos como
“La agonía de ‘Rasu-Ñiti’” serán probablemente para 50 años, y si usted amable
lector desea que sea más flexible, solo hay dos relatos del binomio niño-trompo
en el siglo XX: “El trompo”, de José Diez-Canseco, y “El zumbayllu”, de José
María Arguedas, piedra preciosa incluida en “Los ríos profundos” (1958).
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